La felicidad es tan simple, que nos hemos empeñado en sobrecomplicarla. Le hemos agregado deseos, necesidades materiales y comparaciones sociales, que lo único que hacen es distraernos del objetivo inicial: ser felices.
Pienso que esta sobrecomplicación de la felicidad es la causa de muchos de nuestros problemas. Es la razón por la que trabajamos tanto, por la que consumimos tanto, por la que hay tanto tráfico y tanta contaminación. Es la razón por la que tenemos deudas, estrés y poco tiempo para las personas que amamos. Es la razón por la que hay guerra, violencia e injusticias.
No es fácil desprendernos de todo lo que erróneamente creemos que necesitamos para ser felices, pues significa luchar contra siglos de paradigmas aprendidos, contra una sociedad manipulada por el consumismo y contra nuestro propio ego.
Quedarnos con la felicidad más pura implica cambiar muchos de nuestros hábitos y puede ser más difícil para unos que para otros. Sin embargo, creo que el primer paso es observarlo, darnos cuenta de cómo hemos sobrecomplicado la felicidad. Y empezar desde ahí.
Quizás es tan sencillo como recordar que para ser felices basta con disfrutar un plato de sopa caliente, sin necesidad de complicarnos la vida tratando de conseguir más y más cosas que no necesitamos realmente.
Para hacer cambios podemos apoyarnos en herramientas como el minimalismo, la gratitud, la compasión y el mindfulness. Estas herramientas son ideales para ayudarnos a conocernos mejor y encontrar un camino más verdadero hacia la meta más básica y sencilla de todas: ser felices.